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El corazón y las cenizas: la bitácora solidaria de Integra en Maule y Biobío

Mitigado el fuego que este verano movilizó a Chile y el mundo, los equipos de Integra se desplegaron en las zonas afectadas con la urgente misión de contener a niños y niñas en la emergencia. Entre recuerdos quemados y oasis de juego, así se está poniendo de pie una comunidad.
Por : | 02 Marzo 2017
El corazón y las cenizas: la bitácora solidaria de Integra en Maule y Biobío

“La escuela de Corrientes queda allá arriba”, anuncia Guillermo –conductor de la Oficina Regional de Integra en El Maule- mientras la van sube a saltos un camino de tierra. El recinto está rodeado de maquinaria de construcción, vehículos todo terreno y móviles de televisión, que instalaron en el lugar uno de sus centros de operaciones. Han pasado pocos días desde que la emergencia de los incendios forestales movilizara a todo un país para ir en ayuda de las regiones del Maule y Biobío.

Lo que antes era la cancha de babyfútbol ahora es el centro de acopio de las prendas que llegan desde todo Chile para vestir a niños, jóvenes y adultos. Las salas de clase no tienen techo, aunque las murallas de cemento siguen en pie, algo oscuras y con la pintura descascarada luego del paso de fuego. En el aire se percibe olor a leña quemada y mojada.

A unos metros se ven las camionetas verdes con el logo de Integra, que indican que ya estamos a un paso del Jardín Sobre Ruedas. En un pequeño patio interior trabaja un equipo de profesionales -una educadora, una psicóloga y un animador conductor- que durante una semana serán un oasis de juego y aprendizaje para niños y niñas. Gracias al equipo de Integra los papás y mamás tendrán tiempo para limpiar sus terrenos, iniciar la reconstrucción y realizar los trámites para obtener los bonos y subsidios que entrega el Gobierno de Chile.

Una casa naranja

Agustín tiene cuatro años, de cabello castaño, piel dorada por el sol del campo y manos inquietas, es uno de los 15 asistentes que ese día participan del Jardín Sobre Ruedas. Con voz suave propone una conversación, él desde su teléfono de juguete y yo desde mi celular.

– ¿Cómo está señora?”
– Bien ¿y usted?
– ¿Y su casa señora, se le quemó?
– No, ¿y a usted? Respondo prontamente, algo nerviosa.
– Mi casa no se quemó, pero se quemó la casa de mi perro. Era una casa anaranjada, porque le gustaba el anaranjado.
– ¿Pero su perro está bien?
– No, también se quemó.

Los primeros días, la emergencia se transformó en la normalidad de niños y niñas.

Así lo confirma Ángela Fernández Fuentes, jefa del Departamento de Educación de la Región del Biobío, “si bien muchos niños no han vivido la tragedia de perder su hogar, el contexto de tragedia los tiene invadidos en la emocionalidad. Hemos visto niños que todavía no procesan lo que ha sucedido. En Portezuelo, por ejemplo, vivimos la experiencia de compartir con niños y mamás que se encontraron en el dibujo y el juego, ahí uno se da cuenta que hay mucho por hacer”.

“al leer la bitácora que escribe cada equipo diariamente, se nota el cariño y compromiso, tanto en la presentación de cada niño, en el detalle de sus avances y el desarrollo de redes de apoyo. Reaccionamos bien, llegamos a tiempo y logramos ser un aporte para que los niños, niñas y sus familias puedan resignificar lo vivido positivamente”, Alejandra Manosalva, psicóloga de la Dirección de Educación.


Jugando de nuevo

Pasan los días y el equipo de la primera semana es relevado, para dar paso a un nuevo grupo de profesionales que continuará por un nuevo período. Entre este segundo grupo se encuentra Lucía Boero, profesional de la Dirección de Educación, quien comenta que cuando acudió a la escuela de Corrientes, “los niños ya no tenían la ansiedad de la emergencia que se vivió la primera semana, donde hablaban y querían contar todo lo que les sucedía. Lo que sí noté es que extrañaban a sus amigos, que tuvieron que trasladarse a otras comunas o regiones, porque su casa resultó quemada”.

Una mirada con la que coincide, Alejandra Manosalva, psicóloga de la Dirección de Educación, quien viajó en el relevo de la tercera semana: “vi muchos niños que tenían ganas de jugar y compartir entre sí, de estar en un espacio distinto. Todos los días llegaban muy animosos y entusiasmados. Pasadas tres semanas desde la catástrofe siento que los niños están más tranquilos, con capacidad de juego, compartiendo y relacionándose entre ellos”.

Cada día llegan muy limpios, pero se retiran desordenados y empolvados, después de horas de juego, baile y -aunque ellos no lo sospechen- contención y apoyo emocional. Por eso Alejandra Manosalva rescata de su experiencia “la capacidad de resiliencia que todos tenemos, adultos y niños, esa capacidad de poder recomponernos frente a una situación difícil, y que necesitamos un empujoncito para salir adelante. Si uno está ahí, entregando apoyo, creo que los niños y niñas van a salir adelante, van a poder mirar lo vivido con otros ojos, sin temor, ni angustia”.

Antes de partir y emprender rumbo hacia las oficinas de Integra en Santiago, Alejandra observa a su alrededor: la ropa que días antes ayudó a clasificar ha desaparecido, las murallas están más limpias y algunas de las salas ya tienen sus techos reconstruidos. Ya no hay móviles de televisión, pero sí maquinaria y trabajadores siguen con el martillo, la pala y la mezcla de cemento.

Al subir a la van se queda con la sensación de que Integra hizo un buen trabajo, riguroso y profesional, “al leer la bitácora que escribe cada equipo diariamente, se nota el cariño y compromiso, tanto en la presentación de cada niño, en el detalle de sus avances y el desarrollo de redes de apoyo. Reaccionamos bien, llegamos a tiempo y logramos ser un aporte para que los niños, niñas y sus familias puedan resignificar lo vivido positivamente”, dice.

“Todos podemos salir delante”, reza el mensaje final escrito por Alejandra en la bitácora. Así cierra el cuaderno verde de la semana tres, mientras la van ya está en la carretera.

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