Una abuela de tiempo completo

Antes de que en la región de Los Ríos se inaugurara el nuevo jardín infantil y sala cuna Cipriano Calderara en la localidad de Lanco, Sara Carriel debía pagar mensualmente $20 mil a un transporte escolar para llevar a su nieta Maira todos los días al jardín infantil. Ahora, Sara sólo debe caminar una cuadra para dejar a su nieta. Una cuadra que para ella no sólo significa un ahorro en el presupuesto familiar.

Desde que Maira cumplió un año, Sara (50) se ha hecho cargo de la crianza y cuidado de la niña. Por eso el apoyo del jardín infantil ha sido fundamental para que ella pueda seguir trabajando, lo que valora aún más cuando da cuenta de los avances y aprendizajes de su nieta. “Maira va al jardín desde que está conmigo. Yo he notado un cambio en ella. Por ejemplo, ha mejorado su lenguaje y ¡ya sabe hasta los números!”, nos cuenta orgullosa.

Junto a Maira, son cerca de 100 niños y niñas los que asisten diariamente al jardín infantil y sala cuna Cipriano Calderara. Un nuevo espacio educativo para el bienestar y el desarrollo pleno de los niños, que a esta abuela la tiene muy contenta. “Las tías son muy cariñosas y para mí es el lugar más seguro donde puede estar mi nieta. Si tuviera que recomendar el jardín a otras mamás, les diría que lleven a los niños al jardín con toda la confianza del mundo”, concluye apresurada. Su jornada laboral como asesora del hogar ha terminado y esta abuela de tiempo completo, debe recoger a su nieta en el jardín para regresar de la mano, juntas, a casa.

Los abuelos y abuelas son la principal red de apoyo para los padres y/o madres que trabajan, asumiendo, en muchos casos, la crianza de los niños y niñas. Ellos se preocupan de llevar a sus nietos al jardín y se involucran en sus actividades.

Sé el cariño y entrega de los equipos

Los(as) abuelos(as) pueden constituirse en figuras significativas en el desarrollo de un niño(a), pues entregan un cariño incondicional, a través de un vínculo de afecto y confianza, les ayudan a descubrir el mundo, escuchan sus sueños e inquietudes. Además, les cuentan la historia familiar, sus orígenes, entregando un sentido de pertinencia a su núcleo, les transmiten anécdotas y momentos significativos de sus ancestros.

Ese es el caso de Gabriela Cabrera “Memé”, abuela y apoderada de Cristóbal Muñoz, quien asiste al jardín infantil Osito Panda de La Florida en Santiago. Un lugar que ella define como su segundo hogar, donde nos recibe con una sonrisa y alegría contagiosa. “A este jardín primero asistió mi hija y hoy mi nieto, lo que me llena de alegría porque sé el cariño y entrega que ponen los equipos educativos en cada paso que da mi niño. Él aquí aprendió a ser autónomo, a compartir con otros niños, es feliz cuando está en el jardín y eso me llena de felicidad a mí”.

“Haber sido apoderada de mi hija y ahora de mi nieto, me ha permitido darme cuenta de los avances que ha experimentado Integra. Hoy están presentes educadoras de párvulos, técnicos, nutricionistas, personas profesionales, preparadas y realmente comprometidas con la educación de los niños, por eso mi hija y yo podemos ir a trabajar tranquilas una vez que dejamos a Cristóbal en el Osito Panda, porque sabemos que lo quieren y lo cuidan”, nos cuenta entusiasmada Memé.

Educando generaciones

“Hoy, vivimos todos juntos con la familia de mi hija en una casa grande”, por eso Memé tiene la satisfacción de ser un aporte directo en la crianza de su nieto, sin embargo, advierte que no se puede pasar a llevar a los padres, “los abuelos tenemos que ser prudentes, yo dejo que ella decida, claro que cuando me pide la opinión se la doy, con cariño, porque reconforta saber que mi opinión y mi experiencia le importan”.

La apoderada que llegó una vez como mamá y que hoy participa como abuela en el jardín infantil Osito Panda de Integra, sonríe con satisfacción: “Cristóbal ha crecido como persona, lo pasa muy bien, sabe por qué hay que cuidar las plantas, conoce los insectos, tiene un vocabulario muy amplio y es respetuoso del espacio de los otros. Así como tiene sentido de pertinencia sabe hasta dónde puede llegar, todo eso lo aprendió jugando en Integra”, relata orgullosa.

100 % activa en la comunidad educativa

Memé no sólo está pendiente y agradecida por la educación que su nieto recibe en el jardín, sino que además es una apoderada activa dentro de la comunidad educativa y forma parte de la Centro de Padres, “siento que puedo y debo aportar con algo más para que mi nieto, los otros niños y las tías estén mejor. Mi principal desafío para este año es que el Centro de Padres adquiera personalidad jurídica para poder postular a proyectos y que nuestro jardín sea cada día mejor. Digo nuestro, porque realmente lo siento mío y de mi familia, fue un segundo hogar para mi hija y hoy lo es para mi nieto”, concluye.

La educación es la única herencia que podemos dejar

Dentro de las diversas comunidades de inmigrantes que han arribado a Chile en los últimos años, tal vez una de las que debe superar mayores barreras desde el punto de vista cultural e idiomático sea la haitiana. Sin embargo, a punta de esfuerzo, perseverancia y unas ganas increíbles de superación, los haitianos en Chile han logrado integrarse a nuestra sociedad, manteniendo intactas sus tradiciones y también sus sueños. Es el caso de la familia Blanc Vilfranc que, como muchos de sus compatriotas e inmigrantes de otras nacionalidades, llegó a Chile con la esperanza de una mejor vida. “En Haití yo trabajaba como enfermera y mi marido como topógrafo. Yo quería venir a Chile y tener un hijo acá”, cuenta Michaela, quien vive junto a su marido Christian y su pequeña hija Nachkaela, de nacionalidad chilena, en Quilicura, Región Metropolitana. La niña, de tres años y siete meses, asiste desde hace un año al jardín Arturo Pérez Canto de la misma comuna.

¿Por qué traes a Nachkaela al jardín Arturo Pérez Canto? –le pregunto. “Porque la educación es lo más importante para una niña, es la única herencia que podemos dejarle. Es algo que nadie podrá arrebatarle durante su vida”, responde Michaela, segura de que sus palabras son una verdad absoluta.

“Cuando ella va al jardín no es la niña inmigrante, es una niña querida, acogida y tratada con mucho cariño, es una niña feliz”, señala con su acento mezcla de francés y castellano. Su testimonio no solo da fe de las dificultades y prejuicios que deben enfrenar los inmigrantes en nuestro país, sino del rol esencial que cumple la educación como un espacio de aceptación e integración social.

Teresa Calfueque, tía y directora del jardín, concuerda con la mamá de Nachkaela y cuenta que ella no recibe ningún trato especial, sino que simplemente es feliz haciendo lo mismo que otros niños y niñas de su edad: jugando. “Al entrar al jardín se olvidan las diferencias de clase y de razas, los niños no tienen prejuicios, por lo que es fácil impulsar el sello Integra del buen trato y el respeto con acciones que promueven la integración multicultural desde la cuna”, explica.

Entonces, le pregunto a Nachkaela qué es lo que más le gusta cuando está en jardín. “Jugar”, cuenta sonriente, mientras salta entre las piernas de su mamá. ¡Y qué otra cosa podría gustarle más a un niño!
Michaela explica que para su hija las tías son una especie de “amigas grandes”. “Al llegar a la casa habla de ellas todo el día, de cómo la cuidan, cómo juegan, cómo le cuentan historias y siempre quiere que la tía vaya a nuestra casa”. Con ese entusiasmo, no sorprende que Nachkaela tenga una asistencia ejemplar que solo se ve interrumpida cuando está muy enferma. “Mi marido trabaja, así que yo me encargo de llevarla a pie al jardín todos los días porque vivimos muy cerca”.

Esa perseverancia y alegría por aprender han dado sus frutos, pues la niña se maneja cada vez mejor con los distintos idiomas que debe combinar en el día a día: francés, creolé –lengua criolla haitiana- y castellano. “Eso me ayuda mucho, porque con ella aprendo a hablar mejor”, confiesa Michaela y agrega que su marido cree tanto como ella en el poder transformador de la educación.

Pero ¿cómo logran mantener su cultura? Los Blanc Vilfranc señalan que para ellos es habitual hablar con Nachkaela sobre la vida que llevaban antes de venir a Chile, ver películas sobre Haití y también estar en contacto permanente con sus abuelos. Aunque nos es fácil lograr la comunicación con ellos, les ayuda a mantener el lazo afectivo con su tierra, sus raíces y su historia más cercana. “No olvidar” para ser la consigna de esta familia que día a día lucha por salir adelante.

“Mi vida en familia no es como yo quisiera. Mi marido trabaja como maestro de maquinaria en una empresa de plástico y tiene un solo día de descanso. A mí me gustaría poder ayudarlo, pero en Chile no puedo ejercer como enfermera” y agrega que a veces la soledad la embarga cuando está sin la pequeña. En esos momentos, la esperanza es su mayor consuelo. “No quiero que mi hija pase por lo que nosotros hemos pasado. La educación es importante para que pueda trabajar en lo que ella quiera. Es todo lo que una persona puede tener, es el primer paso para lograr una mejor calidad de vida”, concluye.

Sissy, una mamá todo terreno

En la localidad de Arroyo el Gato en la Región de Aysén, a 86 kilómetros al noreste de Coyahique, los habitantes no saben de buses, colectivos, metro o cualquiera de las formas de transporte público propias de las grandes ciudades. Por eso Sissy Muñoz (37) y su hija Yamila Chequepil de dos años y medio viajan a lomo de caballo, una vez a la semana, durante una hora hasta El Jardín Sobre Ruedas de Integra, para que Yamila reciba una educación de calidad y pueda compartir con otros niños y niñas.

A principios de este año, el Jardín Sobre Ruedas de Integra comenzó a funcionar en la escuela de la zona. Los encargados de esta modalidad son Joselyn Orellana y el conductor y animador Luis Arteaga. Ellos van una vez a semana hasta las cercanías de Arroyo El Gato a montar el centro educativo móvil e itinerante al que asisten siete menores, quienes jamás habían recibido educación parvularia debido al difícil acceso. La zona sólo es visitada por una ronda médica del Ministerio de Salud y algunos servicios públicos ligados al sector agropecuario, por eso, apenas Sissy se enteró que funcionaba El Jardín Sobre Ruedas, inmediatamente inscribió a su hija Yamila.

“Creo que es importante que Yamila venga al jardín, es bueno para ella, porque acá comparte con otros niños y niñas. Nosotros estamos en un lugar muy alejado y ella siempre ve sólo a su papá y a mí”, responde cuando le preguntamos sobre su motivación para hacerlo.

Todos los viernes de cada mes, Sissy y su hija parten su jornada de traslado hasta Arroyo el Gato para cumplir con su objetivo. Para eso, se abrigan bien, montan su caballo y abrazadas recorren el campo; incluso deben cruzar un río para llegar hasta el jardín. Pero nada impide que esta mamá todo terreno lleve a su pequeña Yamila a encontrarse con sus nuevos amigos y amigas. “Si el río está muy crecido y no podemos cruzar a caballo, tomamos un camino más largo, hasta llegar a una pasarela”, nos cuenta orgullosa sobre su travesía y agrega que este esfuerzo lo hace porque es importante para ella que su hija reciba educación desde pequeña.

¿Cuál es el principal cambio que ha experimentado su hija?
“Ella antes era muy tímida. Al principio pensaba que era el trayecto y que llegaba muy cansada al jardín, pero ahora sé que ha cambiado su carácter, ha crecido, está mejor, es más independiente, ya no está todo el día pegada a mí. Lo que más le gusta de venir al jardín es estar con los tíos, jugar con las pelotas, saltar, cantar, jugar. Y cuando llegamos a la casa no la para nadie, nos cuenta todo lo que el tío le enseñó durante el día.

Cada vez que termina el día me doy cuenta de que el esfuerzo de trasladarme a caballo, sortear el clima y las dificultades de la propia geografía sureña, simplemente, valen la pena”, concluye.

Mama a caballo Integra

“La familia tiene que involucrarse con el jardín”

Mi hijo Alonso, ahora de cinco años, ingresó al Nueva Esperanza cuando tenía un año cuatro meses. Yo trabajaba, pero lo hacía tranquila porque Alonso estaba bien y muy feliz en el jardín. Luego tuve a Fabián, que fue recibido en la misma sala cuna desde los cuatro meses, donde me sentí muy apoyada.

Las tías me ayudaron a enseñarle a caminar, a comer y a dejar sus pañales. Ellas me daban confianza.
En el jardín mis hijos aprendieron muchas cosas: se hicieron más independientes e incluso Alonso, que tiene un problema de lenguaje y es muy tímido, avanzó muchísimo en ese aspecto.

Con el tiempo, y al ir involucrándome cada vez más con el jardín, me di cuenta que hay una gran diferencia entre lo que es trabajar con los niños y niñas y lo que uno, desde fuera, cree que significa. Antes pensaba que el jardín era otra cosa. Si las tías habían estudiado para trabajar en esto, era porque les gustaban los niños y que en ellas recaía toda la responsabilidad. Después, cuando mis hijos fueron al jardín, me di cuenta de que no era como yo creía, que la responsabilidad de atender y educar a los niños no es sólo del jardín infantil, porque uno como familia tiene que involucrarse también.

La confianza y lo lindo que es el Nueva Esperanza, además de estar siempre presente en la educación y bienestar de mis hijos y de todos los niños y niñas, me motivaron, junto a otras familias, a participar en el Centro General de Padres del jardín. Me involucré tanto que ni supe cómo llegué a ser presidenta del Centro de Padres. Organizamos muchas cosas para el Nueva Esperanza, porque sabíamos que el beneficio sería para nuestros hijos e hijas.

Que mis hijos hayan asistido al jardín infantil Nueva Esperanza no sólo ayudó a mis niños en su desarrollo, yo también adquirí muchas herramientas: aprendí a trabajar en equipo, a expresarme en público y siempre las tías me fueron ayudando en todo eso. También asimilé que cuando las cosas se dicen con respeto, directamente y con buenas palabras, es todo distinto y mucho mejor.

Si tuviera que dar un mensaje a las familias, les diría: Tienen que involucrarse y comprometerse con el jardín infantil y con la educación de sus hijos e hijas.